Las siete vidas del Sussex

Fue un hotel de lujo, casino, boliche, salón de fiestas, geriátrico, estuvo abandonado y al borde de la demolición. Renació como centro de recreación social y ahora se convertirá en hospital.
domingo, 12 de abril de 2020 · 13:16

Hay en Catamarca muchos edificios emblemáticos, que están incorporados en la memoria colectiva y con su sola mención son identificados por miles de catamarqueños de distintas generaciones. Pero habrá que investigar mucho para encontrar un caso similar al del futuro Hospital Monovalente “Carlos Malbrán” de la provincia, que se construye preventivamente contrarreloj a la espera del impacto del coronavirus.

Cinco décadas de historia tiene ese lugar, y fue escenario de los acontecimientos más diversos, a medida que cambió su denominación y función. Tuvo distintos nombres, distintas finalidades, distintos dueños, pero para la gente fue, es y será siempre “el Sussex”.

Un detalle no menor es que, al momento de su inauguración, el Hotel Sussex estaba relativamente alejado de la ciudad. Si bien siempre se encontró en Capital, la zona urbana por aquellos años culminaba prácticamente en La Viñita, y para llegar al espectacular hotel había que seguir un par de kilómetros más por Ruta Nacional 38, bordeando la vía de tren que todavía permanecía activa.

No existían ni el puente ni la rotonda que hay ahora, y ciertamente no había personas viviendo tan cerca. Era un lugar “alejado” de la ciudad, íntimo, atractivo, ideal para desenchufarse.

El Hotel Sussex fue inaugurado en la década del ’70, y formaba parte de la cadena de hoteles del empresario Tomás Álvarez Saavedra, dueño del diario El Sol, que se editó hasta comienzos de los 80.  Construido a todo lujo en la periferia sur, se convirtió en un verdadero atractivo turístico y centro de eventos sociales. Se lo promocionaba como el único hotel cinco estrellas de la Provincia. Y realmente era espectacular.

El hotel ofrecía más de 100 plazas, una cancha de golf, otra de tenis, una gran piscina, su propio pozo de agua y un gran salón de juegos.

Cuando Álvarez Saavedra gestionó ante las autoridades la instalación de un casino, el pedido generó polémica en la sociedad catamarqueña. El obispo Pedro Torres Farías puso el grito en el cielo, pero otra parte de la sociedad estaba a favor, ya que hasta entonces los “timberos” debían trasladarse a los casinos de provincias vecinas. 

Incorporó también como restaurante, boliche, centro de fiestas sociales de alto nivel y punto de encuentro para grandes ocasiones.

El Sussex como tal vivió luego una etapa de decadencia, que empezó cuando el Estado tomó el Casino y lo trasladó al club Villa Cubas. Poco a poco el hotel perdió su glamour y hubo algunos intentos por aprovechar las instalaciones: incluso llegó a funcionar como residencia geriátrica.

Pero los ingresos no alcanzaban para sostener su magnífica estructura, y cerró definitivamente sus puertas allá por 2002.

Saqueado, derruido, abandonado por completo, ofreció durante años una triste imagen. Era desolador ver los daños y año tras años el viejo Sussex comenzó a destruirse de manera que parecía ya irrecuperable.

Fueron robados los sanitarios, aberturas, entre otros elementos, y en numerosas ocasiones intentaron usurparlo. Los espacios que estaban destinados a la realización de distintos deportes fueron cubiertos por la maleza. 

A partir de juicios y deudas, en 2008, la Justicia ordenó la subasta del predio y nada cambió. Parecía que iba a ser siempre la postal de un pasado en ruinas.

Todo cambió en 2012, cuando la gobernadora Lucía Corpacci tomó la decisión de adquirirlo para convertirlo en una obra con un claro fin social.

Con una gran labor, la Provincia compró y restauró el Sussex, que pasó a llamarse Centro de Integración e Identidad Ciudadana, y alcanzó su máximo esplendor.

El predio fue habilitado nuevamente en 2014. De las 14 hectáreas, se trabajó en la mitad de la superficie, incluyendo la puesta a nuevo de la gran pileta, 80 habitaciones (con capacidad para 300 personas) y un centro de convenciones. 

En el lugar se instalaron laboratorio y consultorios médicos, con un gran fin social. Allí se organizaron durante varios años vacaciones gratuitas para niños de sexto grado de toda la provincia, que al mismo tiempo recibían controles y atención médica. Una obra genial que recibía más de 3.000 chicos cada verano, y en invierno abría para los jubilados.

El CIIC fue una de las grandes obras de Lucía, y la idea era avanzar con campos deportivos en los espacios circundantes, pero el destino llevó a otro cambio de timón.

Llegó la pandemia del coronavirus, esa amenaza que cambió la vida de todos, y hoy el “Sussex” muta nuevamente de identidad, para sumarse a la red de salud pública como Hospital Monovalente (quiere decir que atenderá una sola especialidad, en este caso respiratoria). Dios quiera que no sea necesario usarlo y que este capítulo de su larguísima historia quedé solo en anécdota.

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