A 110 años del hundimiento del Titanic

1.500 personas perdieron la vida en una de las tragedias más impactantes de la historia.
martes, 12 de abril de 2022 · 09:56

El próximo 15 de abril se cumplirán 110 años del hundimiento del Titanic, en el que perdieron la vida alrededor de 1.500 personas. A pesar de que este acontecimiento fue sumamente documentado en periódicos de la época, su verdadera fama internacional surgió en 1997 gracias a la película dirigida por James Cameron que revolucionó el uso de efectos especiales e hizo estremecer a millones de personas en el mundo entero. Titanic conquistó once premios Oscar, incluido, desde luego, el de la mejor película.  
 
Este trasatlántico zarpó del puerto de Southampton en Inglaterra el 10 de abril de 1912 y se hundió cinco días después, luego de chocar con un témpano al norte del océano Atlántico, cerca de la costa canadiense de Terranova y Labrador. Aunque para la época el Titanic era considerado un coloso indestructible, a decir verdad, era más pequeño que muchos cruceros modernos.  
 
Existen múltiples leyendas, historias y anécdotas sobre los pasajeros del barco. Se sabe, por ejemplo, que al menos un mexicano perdió la vida en este suceso. Se trata de Manuel Uruchurtu, político sonorense cuyo cuerpo nunca fue encontrado y quien presuntamente había cedido su lugar en un bote para que una mujer se salvara. Su historia inspiró la novela El caballero del Titanic, de Guadalupe Loaeza. Esta narrativa, que a primera vista pareciera engrandecer la figura de un solo personaje, al parecer fue un acto generalizado en aquel momento: ya sea por voluntad individual, por instrucciones de la tripulación o por un protocolo inexcusable, la mayor parte de los hombres cedió sus lugares en los botes salvavidas a mujeres y niños (más de 80% de los sobrevivientes).  
 
En diferentes ciudades del mundo, especialmente en Estados Unidos, se encuentran estatuas y museos dedicados al Titanic y a la memoria de sus tripulantes. Uno de estos monumentos se ubica en Washington, D.C. La atípica estatua fue un proyecto impulsado por un grupo de mujeres, algunas de ellas vinculadas a las víctimas, quienes luego de la tragedia empezaron a recaudar fondos en todo el país para su construcción. 

La estatua fue diseñada por Gertrudis Vanderbilt Whitney y representa a un hombre semidesnudo, con los ojos cerrados y los brazos extendidos en símbolo de gloria. Esta imagen nos recuerda de inmediato la icónica escena de la película Titanic en la que Leonardo DiCaprio (Jack) sostiene a Kate Winslet (Rose) mientras ella extiende sus brazos en la proa del barco. En la parte frontal de la escultura puede leerse la inscripción: “A los valientes hombres que perecieron en el naufragio del Titanic. Ellos dieron sus vidas para que mujeres y niños pudieran salvarse” (traducción del autor).  
 
Esta obra de casi cuatro metros de altura se inauguró en 1930 por el presidente Herbert Hoover, la primera dama Lou Henry Hoover y Helen Taft, viuda del expresidente de Estados Unidos William Howard Taft, quien estuvo en funciones durante el hundimiento del barco. El monumento empezó a cobrar la atención de los visitantes de Washington y, desde luego, fue sumamente concurrido por las mujeres que hicieron el esfuerzo de erigirlo. Sin embargo, años después, la estatua fue removida y trasladada sin solemnidad alguna a una ubicación mucho menos atractiva en la parte suroeste de la ciudad. 
 
La costumbre de visitar este monumento fue apagándose lentamente. No obstante, en 1979 un grupo de productores y directores de televisión empezaron una tradición única: en la noche del 14 de abril, en punto de las 11:30 pm, hora que sería la antesala del hundimiento del Titanic, estos hombres empezaron a acudir a la estatua, vestidos de elegante esmoquin, para rendir homenaje y brindar en honor de quienes cedieron sus lugares en los limitados botes salvavidas para salvar a mujeres y niños. Así nació la “Sociedad de Hombres del Titanic”, que año con año celebra esta tradición.  
 
Hay muchos interrogantes sobre la forma en la que se priorizó la salvación de unas personas sobre otras, considerando, además, la acentuada estratificación social que existía en la embarcación. Si bien es cierto que en términos generales los hombres cedieron su lugar, se calcula que solo 24% de las personas que viajaban en tercera clase se salvó, en contraste con 61% de las personas que viajaban en primera. 
 
Por otro lado, hay quienes manifiestan que no siempre se observaba en las embarcaciones el estricto cumplimiento de un protocolo en favor de mujeres y niños, y que eso dota de mayor heroicidad a quienes lo siguieron. Otros sostienen que atender ese protocolo obstaculizó las labores de rescate y ocasionó que no todos los botes se llenaran. Adicionalmente, múltiples críticos señalan que muchas más personas pudieron haberse salvado si no fuese por la preferencia que se dio a las primeras clases, puesto que esto retrasó la logística para que los pasajeros en tercera clase (la mayoría en el Titanic) pudieran llegar a los botes.  
 
Quizá nunca conozcamos con exactitud los detalles de este suceso, no obstante, no deja de ser interesante la manera en la que las sociedades se organizan en torno al reconocimiento de un hecho histórico y, a partir de este, crean tradiciones, mitos y leyendas. Seguramente, en aquellas horas de angustia y ansiedad, debió haber personas que genuinamente dieron su vida para que otros se salvaran. Pienso particularmente en la tripulación y quienes se encontraban en los cuartos de máquinas, aquellos trabajadores que luchaban contra el infortunio y que no podían permitirse perder la calma en un momento de intensa crisis. Por ellos y para todos los que perdieron la vida, vale la pena seguir conmemorando y recordando este acontecimiento. 

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